Crónica Interrupta
- ARTÍCULO
- 14 oct 2017
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De túneles y fuegos.
A veces son urnas, vasos que gravitan sobre un fondo rojo o azul; o figuras humanas, sombras de ahogados, solitarios fugaces que cruzan la ciudad, la memoria y los sueños sin equipaje ninguno. A veces son túneles sobre el agua, arcadas y arcadas de arquitectura apenas sugerida e inquietante; y a veces es sólo un ciprés lo que se alza sobre un golpe de luz blanca. Los cuadros que forman parte de esta serie nacen en el mismo instante en que terminan: están, como los esclavos de piedra de Miguel Ángel, arrancaos del fondo onírico que esconde cada lienzo. Son unos apuntes breves pero violentamente intensos, donde el azar y la voluntad de crear se mezclan y confunden.
Los contornos de los mundos singulares, los propios los yacientes en alguna galería del inconsciente suelen tener formas caprichosas. La caja oscura de Juan Soler, ese mundo propio, está surcada de hombres y mujeres vagabundos a punto de encontrarse al final de la escalera de un largo sueño, de túneles y puentes sobre ciudades con mares verdes, de espectros que invitan a la ternura, de sonambulos anónimos en un viaje postrero hacia la disolución, de suicidas arrepentidos. Sus cuadros poseen la fuerza del deseo y la fuerza de la soledad, ese raro fuego acuático, expresados cada vez con mayor economía de medios, con más sabiduría y audacia. Así, como un latido sordo, el rojo brillante puede surgir bajo una pared de hielo, o la temible parca puede estar retratada en un perfecto paisaje verde de luz blanca y salina. Cualquier pasión puede ser mezclada y explorada, cualquier pasión habita al fondo de los túneles: en el reverso de la oscuridad anidan fuegos violentos.
Ana L. Munain
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